wibiya widget




Autopromo

Argentina.ar

logo

SIEMPRE DIGITAL - MISIONES CORRIENTES Y EL MUNDO

BBCMundo.com

BBCMundo.com

Infobae.com

Último momento


Sur54.com - Últimas noticias de Ushuaia

Cronicas Fueguinas

Crónicas Fueguinas

Por Corrientes


www.CorrientesHoy.com - Ultimas Noticias

VÍDEOS CANAL YOUTUBE C5N

26 de marzo de 2010

¿QUÉ PASA CON LA ADOLESCENCIA?









Adolescencia:es un periodo de transformación. Durante este proceso se establecen y se definen las relaciones sociales significativas, se circunscriben los límites morales, se adquieren las destrezas físicas e intelectuales que nos definirán el resto de la vida y, sobre todo, se conforma el mundo interno mientras el cuerpo despliega crecientes ajustes hormonales.
Cuando se estudian las etapas del desarrollo pueden identificarse los momentos vitales en que se adquiere la identidad, el sentido de sí mismo -como dicen los psicólogos. Se sabe que los niños son capaces de reconocerse por nombre frente a un espejo a los tres años. La sensación de vergüenza -que implica autoconciencia- emerge a los dos años, coincidiendo con la empatía, que indica un componente básico de funcionamiento interpersonal. Debemos recordar, por ejemplo, que las desviaciones de empatía son un elemento propio de algunos trastornos de personalidad, particularmente las conductas antisociales. En este sentido, la impulsividad, que se considera un rasgo biológico del temperamento, aparece en las fases tempranas del desarrollo.
Jean Piaget observó que el estilo de pensamiento y la presencia de un sistema operacional de razonamiento son componentes de la personalidad que aparecen en niños de edad escolar y se mantienen hasta la edad adulta. Desde entonces se distinguen niños con expresividad "aguda" (quienes son detallistas y analíticos), en contraste con otros que son emotivos y de perspectiva amplia. Aquí ya se hacen manifiestos los trastornos neuróticos derivados de conflictos familiares, especialmente después de sufrir un divorcio o una separación traumática. Un estudio reciente demostró que los adolescentes que tenían 9 a 13 años de edad cuando sus padres se habían divorciado conflictivamente, mostraban respuestas alteradas en pruebas psicológicas (test de Rorschach), tales como pobre autoestima, desconfianza e ideas poco flexibles.
La gente asume que durante el desarrollo temprano somos maleables y que las experiencias infantiles nos impulsan hacia la estabilidad mental, de modo que los problemas psicológicos se resuelven con la madurez. Pero lo cierto es que uno de cada siete adolescentes tiene problemas de personalidad (Bernstein et al., 1993), de acuerdo con criterios psiquiátricos.
Adolecere en latín es crecer, padecer mientas se crece. ¿Cómo entender esta difícil transición que a todos nos duele?
Primero, la sexualidad no comienza en la pubertad. Desde que sentimos las caricias de mamá o el calor húmedo de la leche que nos amamanta, se despiertan las zonas erógenas de nuestro cuerpo. Gracias a estos estímulos ubicamos lo sexual en correspondencia con la intensidad de los placeres y disgustos que nos causa. Al principio es en la boca, que nos permite descubrir el universo sensible.
Los adolescentes sienten la necesidad de integrarse a un grupo de amigos.
después el ano, que asociamos con expulsar (excretar) y controlar para gratificar nuestra saciedad. Poco a poco, mientras crecemos, vamos ubicando las sensaciones de placer o de rechazo en los genitales (el clítoris, la vagina y el pene), órganos que nos señalan los límites del deseo y el apego hacia los otros. A partir de la pubertad, sin embargo, los impulsos sexuales se hacen recurrentemente intensos, como explosiones de libido, que a veces parecen incontrolables. El carácter también se hace poco tolerante, la piel se vuelve grasosa y sudorosa, y el cuerpo cambia tan de repente, que nos cuesta identificarnos de una semana a otra frente al espejo. ¡Ah, si pudiéramos ocultar esta metamorfosis con ropa holgada, con sombreros y lentes oscuros hasta que pasara!
De forma llamativa, crecen los órganos sexuales y experimentamos la necesidad de explorarlos con el tacto. Los caracteres sexuales secundarios (vello, acné, redistribución de grasa corporal) se presentan en mujeres y hombres a distintas edades. Primero, en las niñas crecen los senos como señal de desarrollo hormonal, mientras que en los niños la aparición del vello pubiano indica el despunte de la maduración sexual. Gradualmente, aprendemos a localizar nuestros afectos vinculados al placer genital (erección, lubricación: excitación). La masturbación cumple un papel fundamental en la ubicación de la primacía genital durante la adolescencia. Pero al madurar sexualmente, nos exponemos también al riesgo prohibido de actuar el complejo de Edipo. Por ello, el adolescente escapa a la consumación del incesto buscando otros lazos de amor en el mundo extrafamiliar, lo que permite al mismo tiempo distanciarse de los padres. La adolescencia es, pues, un periodo crítico donde chocan los impulsos sexuales con las diferentes alternativas de gratificación que experimentamos y las convenciones de la cultura adulta que nos rodea. Con ello se explican las fricciones constantes con las figuras de autoridad y el deseo impostergable, aunque torpe, de independencia.
En segundo lugar, debemos considerar que el comportamiento contradictorio e impredecible del que se acusa a los adolescentes se explica por las demandas emocionales que alternan en su interior. Durante la adolescencia, tratamos de adecuarnos a las exigencias sociales (responsabilidad, ahorro, estudio y horarios), mientras que por dentro anhelamos satisfacer nuestros gustos, tan pronto como se pueda y pese a quien le pese. La tensión emocional que experimentamos al ver rebasado nuestro cuerpo y el abandono inequívoco de los privilegios de la infancia se viven más como una imposición que como un proceso natural y deseable. La conducta oscila entre la aparición de fobias y tendencias para reprimirlas, a fin de asimilarse al mundo adulto. Muchos padres perciben estos comportamientos como amenazantes para la integridad famliar, dado que les resulta conflictivo aceptar en sus hijos la emergencia de la genitalidad y la personalidad expansiva que van aunadas a esta fase del desarrollo.
Entre tanto, el adolescente explora su universo relacional, desistiendo de la contienda edípica y temeroso de su recién adquirida potencialidad sexual. Es común que las primeras relaciones amorosas se emprendan con torpeza y con cierto histrionismo. Más que enamorarnos de una persona, nos enamoramos del amor; y tan pronto sentimos la necesidad de integrarnos a un grupo de amigos como de retraernos en la intimidad de nuestros cuartos, a oscuras y sumergidos en nuestra música favorita. Parece como si nos debatiéramos entre ser parte del mundo y volver al ambiente cálido, nutricio de nuestra vida infantil.
En medio de estos vaivenes, oscilando entre la clarificación de nuestros afectos y el duelo por dejar atrás la protección materna, aprendemos a madurar (y cómo nos disgusta que nos digan: ¡ya madura!, como si fuera tan fácil).
Un aspecto interesante, el tercero, es que adquirimos una percepción de continuidad y uniformidad al identificarnos con ídolos musicales o de películas. Casi inadvertidamente, compramos ropa de moda, que ostenta la marca distintiva, y nos peinamos y decoramos el cuerpo siguiendo el perfil de un artista, un atleta o un grupo de rock preferido. Las ventas millonarias de zapatos tenis auspiciadas por basquetbolistas y de jeans o camisetas promovidos en televisión así lo atestiguan.
Al margen de estas tres premisas, que matizan nuestro desarrollo madurativo, está la violencia. Sea como resultado de las interacciones brutales que vivieron en la infancia o producto de una identidad difusa y sin límites emocionales precisos, algunos adolescentes se vuelcan a las calles, desgarran las paredes con puñaladas de colores y se aíslan en el estupor de las drogas para ocultarse de sí mismos. Podemos decir que, en ellos, el dolor brota de una herida abierta desde el abandono, desde un hogar que se rompió y que se busca -irrecuperable- en la oscuridad de los lotes baldíos y las casas abandonadas. Como gatos malheridos, estos jóvenes rondan la noche: la banda los recoge, los contiene, les da abrigo. En proporción similar, acaso más organizadamente, los adolescentes con más recursos se juntan en los antros. Aquí el alcohol, la fuerza de la música y un ambiente voluptuoso, donde se confunden los sudores y la escasa luz, parecen cobijarlos. En este ambiente es más fácil tocar al otro, sentirse acompañado, encontrar un lenguaje corporal común y "ser auténtico". Parece incomprensible que en tal comunión surja la violencia o el exhibicionismo, pero tenemos que entender que la despersonalización engendra precisamente comportamientos agresivos y paranoides.
Ahora bien, mientras más trabas ponga la familia o la sociedad para permitir la expansión de las conductas adolescentes, de manera autoritaria y sin ofrecer límites flexibles, más aberrantes serán las formas de rebeldía. La necesidad de experimentar, de probar las fronteras de lo corporal y lo emocional son características propias de la maduración sana en todo adolescente. Se sabe que el uso de drogas o la ingestión excesiva de alcohol traducen una perturbación madurativa en la elaboración de las pérdidas emocionales que sufrimos al dejar de ser niños, que necesitan contención y comprensión de los padres antes que castigo y rechazo.
Por último, la alternancia de estados de ánimo es propia del adolescente. Anna Freud, una lúcida psicoanalista de mediados del siglo xx.
Observó que una de las cualidades distintivas de la adolescencia es la debilidad de carácter que sufre con las presiones madurativas del inconsciente. Parece -decía ella- como si los adolescentes estuvieran en duelo permanente, habiendo perdido a su gran amor y necesitados de ayuda, buscando a alguien más que los consuele. Los cambios físicos se agregan a este sentimiento de inadecuación, de que nada está en el lugar apropiado, de que el mundo infantil -tan simétrico, tan estructurado- se perdió en el horizonte para no volver.
Así vista, la búsqueda de identidad en el adolescente no es un proceso simple. Darme cuenta de quién soy, de qué lugar ocupo entre mis seres cercanos y tener una perspectiva de mi persona en el tiempo es bastante complejo. Pese a ello, la consolidación de la identidad es clave para la maduración normal en la adolescencia. En este periodo depuramos nuestro mundo interior para integrarlo con las demandas de intimidad, competencia y diferenciación psicosocial. Con tantos impulsos en juego, es lógico que se perciban sentimientos encontrados de incomprensión, desamparo, amenaza sexual y hasta de odio hacia padres y maestros. Nadie parece comprender lo que está pasando. Acaso los mejores amigos, que comparten nuestros gustos y ambivalencias, son una fuente pasajera de alivio. Pero nos parece riesgoso acercarnos demasiado: la satisfacción inmediata de todos nuestros deseos presupone un costo muy alto. De estos problemas, en especial del erotismo, los trastornos de alimentación y la impulsividad en los adolescentes, hablaremos en futuras entregas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Agencia Nacional de Seguridad Vial-Ministerio del Interior


aerolineas.com - Novedades y Promociones - Argentina

Notificaciones de Facebook de Gaby Chuquel